Parece una historia surrealista, sacada de algún relato o novela de principios del siglo pasado o el anterior. Pero ocurrió hace muy pocos días, el pasado sábado día 28 de Julio. Una reunión de amigos y vecinos y entre ellos Antonio, profesor (jubilado) de oficio y vocación y poeta por devoción.
Estábamos terminando de cenar después de un día de convivencia en torno a una buena paella para comer y otros manjares menos exquisitos para cenar. Antonio pareció, de repente, absorto, ensimismado y callado. Coge una servilleta de papel, busca un lápiz en su bolsillo y se pone a escribir mientras los demás charlábamos y besábamos los vasos para saborear un poco de vino. Comida ya poca quedaba, era un poco tarde.
Nuestro amigo salió de su mutismo y concentración, hizo sonar un baso con la ayuda de un cuchillo y con mesura y educación nos mandó callar.
Escucharme un momento, por favor, -dijo.
Cogió la servilleta y nos recitó, -¡oh sorpresa!- la siguiente poesía:
Nuestra amiga Margarita hoy en día veintiocho ha disfrutado la tira con sana gente del ‘Bocho’. La lonja de Mari Carmen sirvió coartada excelente si buena fue la comida mejor resulto el ambiente. Y la cena también buena, en el adiós Margarita a todos quiero dar gracias y que otra ver se repita.
Quizá no sea la mejor poesía del mundo, ni siquiera la mejor de las por él escritas –he leído y escuchado unas cuentas- pero la espontaneidad y sencillez dicen mucho tanto del poeta como de la persona.
Su nombre completo es Antonio Llanillo, de Burgos. Quien sabe, a lo mejor alguno lo conoce y vuelve a oirá hablar de él. Si así es recordazlo amigo mío, amigo de Juan Toledo.